Fuente: El Economista
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) publicó la semana pasada su primer informe sobre la inversión global en energía, en el que aporta un dato contundente sobre las preferencias del gasto de capital en el ámbito eléctrico: alrededor del 95% de los 600.000 millones de euros desembolsados durante 2015 recaló en modelos de negocio con ingresos regulados o con mecanismos para reducir el riesgo de los mercados mayoristas; en 2010, la proporción era del 89%.
Dejando aparte la inversión en redes, monopolios naturales regulados, y centrándonos exclusivamente en el ámbito de la generación, la AIE considera que hay una tendencia a huir de los mercados marginalistas, en los que toda la producción ofertada cobra el precio de la última oferta necesaria para cubrir la demanda en cada momento.
Este sistema, que busca azuzar la eficiencia, tiene un problema bien conocido en España: con mucha producción de coste operativo muy bajo -renovables y nuclear-, el precio se hunde y no ofrece ingresos suficientes para amortizar las instalaciones térmicas de gas y de carbón, las cuales, con costes operativos más altos, no logran casar sus ofertas en el mercado.
Este efecto, según los fríos datos, se acentúa globalmente: en los países miembro de la OCDE con mercados eléctricos marginalistas -prácticamente todos- la inversión en las centrales de gas y carbón se ha reducido a la mitad en cinco años, pasando de representar el 20% del total en 2010 al 10% en 2015. Por el contrario, la inversión en grandes plantas renovables ha pasado del 40% al 58% en el mismo período.
Los ingresos proporcionados por estas últimas tecnologías no dependen del precio del mercado marginalista, sino de la regulación: su retribución se basa en mecanismos de precios fijos, como las célebres primas o los acuerdos a largo plazo. Estos sistemas, según la AIE, trasladan el riesgo de los generadores a los gobiernos y los consumidores, reduciendo con ello el importante coste de capital inicial que exigen las fuentes limpias.
La AIE prosigue indicando que con la perspectiva de bajos precios en los mercados marginalistas, los gobiernos se están planteando introducir garantías de que las inversiones en tecnologías térmicas firmes -que garanticen la cobertura de la demanda-, se van a recuperar. Estas garantías no son otra cosa que los pagos por capacidad, es decir, aportar otros ingresos fijos al margen de un mercado cuya importancia disminuirá progresivamente.
Vista la evolución, y pensando en un futuro no tan lejano, uno se cuestiona la utilidad de un mercado en el que todos los participantes obtienen los ingresos por otra vía porque el único precio que es capaz de arrojar es cero.