Fuente: Libre Mercado
La facturación hidráulica ha supuesto un antes y un después en el mercado energético. Esta técnica inyecta en los pozos una mezcla compuesta de agua, arena y un 1% de productos químicos, lo que permite agrietar la roca madre y liberar gas o petróleo que no estaría disponible bajo un sistema convencional de extracción vertical. Esta técnica no es novedosa, puesto que fue concebida a mediados del siglo XIX, pero su desarrollo comercial sí es muy reciente, puesto que se ha dado en cuestión de apenas dos décadas.
La «revolución» del fracking que ha experimentado Estados Unidos durante la década pasada ha convertido al país norteamericano en el mayor productor de petróleo del mundo, por delante incluso de Arabia Saudí. Para ser precisos, se ha producido una subida de casi un 50% en la oferta de combustible Made in USA, lo que ha generado un ahorro tan importante que supera el 2% del PIB.
Lo más interesante de todo es que, mientras la producción estadounidense de crudo ha batido récord tras récord, las emisiones totales de CO2 se han mantenido inalteradas, mientras que la producción de dióxido de carbono por unidad de crecimiento o por habitante ha experimentado una importante bajada, desmontando las críticas y el alarmismo expresado por el ecologismo de corte socialista.
Ahora que España enfrenta un fortísimo encarecimiento de la electricidad, derivado de una política energética basada en apostar ciegamente por un modelo subvencionado de energías renovables, son cada vez más las voces que abogan por un replanteamiento integral de esta estrategia. Como explicó Libre Mercado el pasado mes de noviembre, la energía nuclear tiene un 90% de horas operativas, más que triplicando los niveles de la solar o la eólica. Por este motivo, la moratoria decretada por el PSOE, en virtud de la cual no se desarrollan nuevos reactores ni centrales nucleares, empieza a estar cada vez más cuestionada.