Fuente: Expansión
En pleno debate sobre la compleja reforma del sector eléctrico, con posiciones contrapuestas, diferentes visiones y reclamaciones parciales de cada agente implicado, la salida más razonable sería apostar por un equilibrio que, como anticipaba el ministro Soria hace pocas fechas, posiblemente no será de “plena satisfacción” para nadie, pero que permitirá avanzar hacia un modelo más realista y eficiente.
Hasta ahora, la mayor parte del debate sobre la gran reforma estructural pendiente se ha enfocado en clave de generación, confrontando la posición de diferentes fuentes o tecnologías, con el aderezo especial de las subvenciones, apoyos, compensaciones o peculiaridades de cada mercado, que pone a unos en franca ventaja respecto a otros. Estas visiones dificultan avanzar hacia una solución moderada, equilibrada y sostenible.
La propia composición de la factura eléctrica, particular o de empresas, especialmente si se entra en cierto desglose, marca con claridad la dimensión de los problemas que tiene que resolver el regulador. La percepción generalizada del coste de la electricidad apunta de manera genérica a su precio en el mercado mayorista, cuando la realidad evidencia que este concepto apenas representa la mitad de la factura. Los mal llamados costes del sistema (ya que aparecen muchos conceptos ajenos a los costes variables de generación y relacionados con temas de lo más diverso, como las subvenciones a las renovables, el mantenimiento de los sistemas extrapeninsulares o las amortizaciones de las centrales nucleares no desarrolladas en los 80) condicionan en la práctica que los efectos positivos de la libre competencia se traduzcan en el importe final, al ser responsables del otro 50 % de nuestra factura.
Razones
Dentro del debate constructivo sobre soluciones para hacer el sector eléctrico español más competitivo, todos los argumentos tienen una base razonable, y cada tecnología de generación se enfrenta a unos condicionantes, históricos o de otra índole, que avalan a modo de condición de contorno la defensa de sus posiciones. Pero lo cierto es que seguimos avanzando hacia un precipicio. Sirva como ejemplo el hecho de que, en los últimos años, hemos empezado a acumular récords negativos, representando España el país de la zona euro donde más se ha encarecido la factura y, paradójicamente, donde más ha aumentado el déficit de tarifa. Esto es debido a todos esos factores externos a la factura eléctrica, y por tanto, ajenos a la propia dinámica del mercado.
Es evidente que las previsiones sobre crecimiento de la demanda y las necesidades de capacidad no se han cumplido. Estamos tras algo más de una década de fiebre inversora, tanto en ciclos combinados como en eólicas, en un escenario de sobre capacidad muy difícil de mantener. Sin embargo, el propio mercado debería tender a regular este escenario, seleccionando de manera natural las opciones más eficientes y competitivas que deben permanecer en el sistema. Desafortunadamente, la intrusión de factores externos a la propia actividad de generación en libre competencia no deja que esa lógica de mercado impere.
El actual comportamiento de las subastas CESUR apunta ahora a descensos que pueden producir alegrías puntuales para el consumidor final, en forma de reducciones en la factura. Pero estas alegrías puntuales no son más que pequeños oasis en un desierto demasiado extenso y persistente.
Es el momento de dibujar un nuevo escenario, más realista y con la flexibilidad necesaria para compasar su estructura a la propia evolución del mercado. Es evidente que el proceso deberá ser gradual, y que implicará cesiones por todas las partes. Pero la complejidad y dimensión del problema demanda una revisión de radical calado, que exige prácticamente partir de cero para evitar distorsiones en el diagnóstico.
Es esencial determinar qué tipo de mix energético queremos, y qué nos podemos permitir, creando unas condiciones de mercado que estimulen la eficiencia y la capacidad, y que permitan la competencia a las diferentes tecnologías, asumiendo que todas pueden tener un espacio razonable para desarrollarse dentro de asumir solo y exclusivamente los riesgos de mercado.
Y es de la mayor importancia y urgencia, al mismo tiempo, que la actual composición de la factura eléctrica, condicionada en cerca de la mitad de su importe por factores ajenos a la lógica del mercado, se rediseñe. Solo de esta manera el sector eléctrico podrá contribuir como debería, y aún más en el sombrío escenario actual, a mejorar la competitividad de nuestras industrias y del país en su conjunto.