Fuente: El Pais
Todo el mundo, excepto el Ministerio de Energía que con tanta soltura dirige Álvaro Nadal, ha caído en la cuenta de que el precio de la electricidad en España es un peso muerto para la productividad y para el bolsillo de los consumidores. El mismo Gobierno que entona todos los días, con mal solfeo y peor letra, la cantinela de las reformas (¿cuáles?) olvida que en España sobrevive una pésima regulación en el mercado eléctrico. Sin entrar en detalles enojosos que atañen a las compañías eléctricas —queden para mejor ocasión—, el origen de la distorsión del precio que obliga a buena parte de las empresas y de los hogares a pagar por encima de la media de la eurozona hay que buscarlo en el mercado diario o pool, el sistema por el cual se fija el precio inicial del kilovatio por hora.
Hay otras razones, faltaría más. La volatilidad se ha adueñado del precio de la electricidad. Una explicación evidente de la volatilidad es el crecimiento de la producción renovable. Cuando no hay producción eólica o solar, los arranques de la producción convencional elevan bruscamente el precio final del pool. Las empresas eléctricas manejan al respecto un catecismo propio: los impuestos aplicados en la época Soria encarecen la tarifa. El asperjado de impuestos e impuestillos sobre la electricidad, aplicados contra el déficit de tarifa, constituye uno de los espectáculos económicos más penosos de las Administraciones Rajoy; y eso que tiene unos cuantos, porque, como diría Maquiavelo, a estos “no hay surco que les salga derecho”. Pero no son la única causa de que el precio del pool sea tan alto y disfuncional. Apenas explican la mitad de la diferencia entre España y Europa.
El pool no es un mercado real; apenas llega a simulacro. Si se quiere que la economía española compita y que los consumidores dejen de sufrir es obligado reformarlo. Como mínimo, liquidando la posibilidad de condiciones autoconcedidas y practicando una fiscalidad sana, que no acumule impuesto sobre impuesto.